Mi Escrito
Diario....
Reflexión Alquímica sobre el Dolor del Amor y el Nacimiento del Verdadero Sendero
A veces el alma atraviesa un invierno tan largo, tan crudo, que las flores del corazón se secan sin haber llegado a abrirse. El amor, que prometía sol y abrigo, acaba por convertirse en ácido que disuelve la esperanza, una y otra vez. Y cuando se repite la herida, una y otra vez… algo se rompe de forma definitiva. No con dramatismo, sino con esa quietud silenciosa con la que cae la última hoja de un árbol ya vencido por el otoño. Ya no hay ensoñación. Ni ilusión. Ni fuerza para seguir insistiendo.
Este es el Nigredo, la primera y más oscura fase de la alquimia interior. No es simplemente dolor, es la descomposición total del yo que amaba desde la necesidad, desde el anhelo de completarse a través del otro. En esta etapa, todo se pudre: las ideas románticas, las proyecciones infantiles, las esperas eternas. Es un vacío cruel, pero también exacto. Como si la vida dijera: “Ya basta de espejismos. Ahora vas a verte.”
Porque cuando ya no queda nada afuera que sostenga, comienza, sin fanfarria ni fuegos artificiales, el Camino Real hacia uno mismo. El dolor no desaparece. No hay grandes revelaciones. Solo el cansancio de haberlo dado todo afuera sin haberse abrazado dentro. Entonces, por fin, se mira hacia adentro no como una moda espiritual, sino como única salida real.
Es ahí donde comienza el Albedo, la limpieza. Te limpias del autoengaño. Te limpias de tu necesidad de ser salvada. De tu obsesión por gustar. De tus cuentos de hadas. Y con cada lágrima seca, se va revelando la sustancia olvidada: tú.
Y entonces, en algún momento, sin saber cómo ni cuándo, nacerá el amor propio. No como autoayuda, sino como verdad. Como una semilla que brota en la tierra fértil del que se ha quemado y no teme ya volver a ser ceniza.
Porque amar sin haberte hecho tu Magnus Opus es construir templos con barro. El alma necesita su alquimia completa: el negro, el blanco, el rojo… antes de poder entregarse con verdad.
Y tal vez —solo tal vez— el amor verdadero no es el que se da al principio con fuegos artificiales, sino el que nace después del incendio, cuando por fin sabes que si amas, no es porque lo necesitas… sino porque lo eliges.
Y esa es la obra. Y ese es el oro.